Esta es una carta contratada por uno de mis lectores (sí, existen). Por ello y pese a que la escribo yo no la firmaré con mi nombre. Si es cierto que en ella hay muchas cosas (quizás demasiadas) que provienen de mi propia experiencia. A la persona que me contrato decirle que la única manera de poner lo que dijiste era rellenar tus huecos con mis propias experiencias. Espero que el resultado sea el esperado.
Esta carta es por fin un adiós; ese adiós que dije tantas veces sin que ni tú ni yo lo creyésemos realmente. Por eso no voy a comenzarla con buenas, con hola, con ey jefe… Así que el comienzo no será más que esta introducción y un silencio por lo que puede haber escrito.
Podía haber escrito tantas cosas. Pero al final lo único que me queda es ese adiós. Y decirte que el olvido ha llegado lento lo suficiente como para que dieses cuenta de lo que perdías y eso… eso es lo único que aún realmente me duele. Saber que nunca apreciarás todo lo que te di, el que llegase a olvidarme de mí para dártelo, el tener la certeza que nadie podrá quererte con más intensidad; tal vez con la misma aunque entonces creo que lo alejarías de ti como ya hicieras. O tal vez no, tal vez nunca llegaste a ver todo lo que podía darte. Por eso desearía poder, una vez, estar los dos, tu y yo, solo eso, y que no hubiese barreras, ni miedos, ni vergüenza, ni orgullo, ni recuerdos para poder ser yo… para poder hacerte comprender todo lo que podría darte, todo lo que quisiera darte… Todo lo que soy… Pero eso no llegará y para ti nunca seré más de lo que ya has rechazado… y estas palabras solo una prueba de que este adiós definitivo no lo es.
El tiempo nos dará la razón y quizás la pérdida pueda mostrarte lo que yo no supe.
D.G.Á.
En un sobre cerrado pueden caber todas las historias del mundo o ninguna, llanto, risas, versos, sonrisas, besos, sueños, magia, miedos, esperanza, fe, ideas, pensamientos, locuras, canciones, despedidas, pesadillas, corazones, olvidos, abrazos... Pero para el que lo recibe; un sobre cerrado siempre contiene ilusión.
lunes, 22 de diciembre de 2008
miércoles, 12 de noviembre de 2008
A Xavi
Buenas:
Esta carta pese a estar prometida hace ya tanto, no ha llegado hasta que he necesitado escribirte. Sinceridad lo primero. Es una de las reglas del póquer: ser sinceros en las primeras manos para que el primer farol entre más fácil. Al menos eso creí escuchar una vez.
La verdad es que el póker nunca me ha gustado demasiado. Nunca he jugado por dinero: pasé de guisantes tostados a pagar con prendas directamente.
Eso tiene una ventaja que tú, experto en envides, quizás no conozcas. Cuando era pequeño, jugando por guisantes, en la primera mano no me tocó ni una simple pareja. La verdad es que no dominaba nada bien la valía de cada jugada; eso no era impedimento para saber que nada valía menos que cualquier jugada. Con que uno solo de los otros cinco jugadores (mis primos) tuviera una pareja me habría ganado. Sonreí. Me dispuse a apostarlo todo. No lo hice de golpe sino ronda a ronda. Subiendo en todas. Uno o dos garbanzos. Como si todo estuviese medido. Como si sopesase las posibles jugadas de los oponentes que, a cada subida de la apuesta, se iban retirando. Tranquilo, seguí subiendo. Mi planteamiento era hundir a la banca. Si ganaba en una primera ronda, sin tener nada ganaría un gran número de garbanzos. Si perdía pensaba perderlo todo. Todo. Todos los garbanzos. Entonces mis primos tendrían dos opciones comenzar de nuevo repartiendo de nuevo, con lo que me quedaría como al principio, o seguir jugando sin mí y con un jugador con más del doble de garbanzos que el resto. Estaba claro que esto no sería lo que pasaría. Seguí jugando. Lo aposté todo. Perdí. Mi primo subía por una buena jugada.
Me sentí genial. Me dieron de nuevo los garbanzos iniciales diciéndome que no podía apostar todo que tenía que jugar mejor y cosas del estilo. Mi farol había sido tan bueno que ninguno de ellos pensó que esa era mi jugada, incluso la previsión del nuevo reparto de garbanzos. Todos creyeron que no había entendido el juego por ser el menor. Nadie se dio cuenta de mi farol real. Fue un gran momento.
Llegados a este punto quizás te preguntes a que viene todo esto. Simple: Ser sincero al principio es una buena estrategia…
En realidad solo quería pedirte que me dieses buenos consejos de póker ahora que he cambiado los guisantes por prendas de ropa…
Alex
Esta carta pese a estar prometida hace ya tanto, no ha llegado hasta que he necesitado escribirte. Sinceridad lo primero. Es una de las reglas del póquer: ser sinceros en las primeras manos para que el primer farol entre más fácil. Al menos eso creí escuchar una vez.
La verdad es que el póker nunca me ha gustado demasiado. Nunca he jugado por dinero: pasé de guisantes tostados a pagar con prendas directamente.
Eso tiene una ventaja que tú, experto en envides, quizás no conozcas. Cuando era pequeño, jugando por guisantes, en la primera mano no me tocó ni una simple pareja. La verdad es que no dominaba nada bien la valía de cada jugada; eso no era impedimento para saber que nada valía menos que cualquier jugada. Con que uno solo de los otros cinco jugadores (mis primos) tuviera una pareja me habría ganado. Sonreí. Me dispuse a apostarlo todo. No lo hice de golpe sino ronda a ronda. Subiendo en todas. Uno o dos garbanzos. Como si todo estuviese medido. Como si sopesase las posibles jugadas de los oponentes que, a cada subida de la apuesta, se iban retirando. Tranquilo, seguí subiendo. Mi planteamiento era hundir a la banca. Si ganaba en una primera ronda, sin tener nada ganaría un gran número de garbanzos. Si perdía pensaba perderlo todo. Todo. Todos los garbanzos. Entonces mis primos tendrían dos opciones comenzar de nuevo repartiendo de nuevo, con lo que me quedaría como al principio, o seguir jugando sin mí y con un jugador con más del doble de garbanzos que el resto. Estaba claro que esto no sería lo que pasaría. Seguí jugando. Lo aposté todo. Perdí. Mi primo subía por una buena jugada.
Me sentí genial. Me dieron de nuevo los garbanzos iniciales diciéndome que no podía apostar todo que tenía que jugar mejor y cosas del estilo. Mi farol había sido tan bueno que ninguno de ellos pensó que esa era mi jugada, incluso la previsión del nuevo reparto de garbanzos. Todos creyeron que no había entendido el juego por ser el menor. Nadie se dio cuenta de mi farol real. Fue un gran momento.
Llegados a este punto quizás te preguntes a que viene todo esto. Simple: Ser sincero al principio es una buena estrategia…
En realidad solo quería pedirte que me dieses buenos consejos de póker ahora que he cambiado los guisantes por prendas de ropa…
Alex
lunes, 10 de noviembre de 2008
A guada
Buenas de nuevo, buenas como siempre para anunciar algo que nunca había dicho:
Sabes cuantas cosas hemos compartido, cuantos sueños que soñamos juntos o que soñándolos uno solo se hicieron cuando los compartimos, sabes cuantas heridas nos hemos hecho y hemos superado, cuantos caminos que descubrimos juntos, cuantas tardes sin hacer nada, cuantas esperas juntos, cuanta nada y cuanto todo, cuantos dolores compartidos que cargó el otro, cuantos muros rotos casi tantos como platos o vasos, cuanto abismos imposibles que al final trepamos, cuanto... demasiado para repetirlo en una trsite y fría enumeración.
Pero hoy era para contarte algo diferente: Quería que supieras que después de todo eres la persona que más cerca siento que más parte de mi forma la primera que me es imposible imaginar mi vida sin ti... Que eres parte de mi vida y cuando digo vida no me refiero a mi historia a mi pasado, a mis recuerdos a mis cicatrices... Cuando vida me refiero al presente a lograr algo y quere compartirlo contigo , a robar un beso y darte tu parte dle botín en forma de historia; por poner un ejemplo entre miles. Cuando digo vida es necesitar que estés en mis logros en mis caidas, en mis conquistas, en mi rutina... También en mi mañana y en la rutina del mañana y las modestas cumbres que alcance y los pequeños abismos en los que caiga espero encontrar tu mano para devolverme a la realidad....
Simplemente que te quiero...
Simplemente...
te quiero
Sabes cuantas cosas hemos compartido, cuantos sueños que soñamos juntos o que soñándolos uno solo se hicieron cuando los compartimos, sabes cuantas heridas nos hemos hecho y hemos superado, cuantos caminos que descubrimos juntos, cuantas tardes sin hacer nada, cuantas esperas juntos, cuanta nada y cuanto todo, cuantos dolores compartidos que cargó el otro, cuantos muros rotos casi tantos como platos o vasos, cuanto abismos imposibles que al final trepamos, cuanto... demasiado para repetirlo en una trsite y fría enumeración.
Pero hoy era para contarte algo diferente: Quería que supieras que después de todo eres la persona que más cerca siento que más parte de mi forma la primera que me es imposible imaginar mi vida sin ti... Que eres parte de mi vida y cuando digo vida no me refiero a mi historia a mi pasado, a mis recuerdos a mis cicatrices... Cuando vida me refiero al presente a lograr algo y quere compartirlo contigo , a robar un beso y darte tu parte dle botín en forma de historia; por poner un ejemplo entre miles. Cuando digo vida es necesitar que estés en mis logros en mis caidas, en mis conquistas, en mi rutina... También en mi mañana y en la rutina del mañana y las modestas cumbres que alcance y los pequeños abismos en los que caiga espero encontrar tu mano para devolverme a la realidad....
Simplemente que te quiero...
Simplemente...
te quiero
viernes, 24 de octubre de 2008
A Marga
Buenas niña:
Me conoces poco pero soy aficionado a mandar cartas complicadas para decir las cosas más simples. En este caso sólo te quería decir que eres la mujer más bella de mi vida. Para comenzar a complicar una expresión tan sencilla cabe matizar, en primer lugar, que cuando digo "de toda mi vida" no me refiero a lo que ya he vivido sino también a los años que me quedan por vivir. Cando te ví supe que eres la belleza; la persona con quien debo comparar a partir de ahora al resto de mujeres, sabiendo que nunca te alcanzarán. Teniendo la certeza de que mi destino no me guarda nadie más bella que tú. Eso no implica que no hayan chicas más preciosas que tú, no te confundas. Solo implica que tengo la certeza de que esas mujeres no rozarán mi vida. También cabe matizar que no digo esto como una maldición o una premonición nefasta que me perseguirá. No. Estoy contento por haberte visto una vez. Estoy feliz por ello. No puedo decir nada en contra de ese destino que me ha tocado. Solo esperar que se cumpla recordando tu imagen. Ampliándola, deformándola a mejor, creando de ti un mito, y así durante toda mi vida seguir defendiendo este texto con calma y certezas de loco.
Como ves al final he podido cumplir lo que me prometí: Complicar lo suficiente una idea sencilla.
Mil besos.
Se feliz.
Me conoces poco pero soy aficionado a mandar cartas complicadas para decir las cosas más simples. En este caso sólo te quería decir que eres la mujer más bella de mi vida. Para comenzar a complicar una expresión tan sencilla cabe matizar, en primer lugar, que cuando digo "de toda mi vida" no me refiero a lo que ya he vivido sino también a los años que me quedan por vivir. Cando te ví supe que eres la belleza; la persona con quien debo comparar a partir de ahora al resto de mujeres, sabiendo que nunca te alcanzarán. Teniendo la certeza de que mi destino no me guarda nadie más bella que tú. Eso no implica que no hayan chicas más preciosas que tú, no te confundas. Solo implica que tengo la certeza de que esas mujeres no rozarán mi vida. También cabe matizar que no digo esto como una maldición o una premonición nefasta que me perseguirá. No. Estoy contento por haberte visto una vez. Estoy feliz por ello. No puedo decir nada en contra de ese destino que me ha tocado. Solo esperar que se cumpla recordando tu imagen. Ampliándola, deformándola a mejor, creando de ti un mito, y así durante toda mi vida seguir defendiendo este texto con calma y certezas de loco.
Como ves al final he podido cumplir lo que me prometí: Complicar lo suficiente una idea sencilla.
Mil besos.
Se feliz.
martes, 2 de septiembre de 2008
Al que logró un imposible
Buenas jefe:
Supongo que la simple satisfacción, el orgullo propio; hacen que estas palabras no tengan demasiado sentido. Al menos, no más sentido que el de una anécdota dentro de este momento. Aún así quería hacerlo. Felicidades. Lograr un imposible es algo que puede parecer difícil y solo por eso lo es. Recuerdo cuando me decías que era imposible. Cuando todos te decíamos que en realidad era simple; aunque ninguno sabía cómo hacerlo. Cuando te decíamos que un día te despertarías y el imposible sería un hecho. Sin más; como los grandes hitos de la vida. Y ahora lo ves.
En un tiempo quizás el imposible que ahora es parte de tu vida, se confunda entre rutina y sonido de fondo y vuelvas a sentir como que eso es la vida y como si todo lo de fuera fuera un imposible. Espero que tarde y que cuando este imposible lo veas como algo que tarde o temprano ocurriría, como algo inexorable, necesario... Que entonces, como mínimo, no dejes de creer que los imposibles una mañana llegan... Sin grandes avisos... Sin más... Como si desde siempre hubieran estado alli... Como los grandes hitos de la vida...
Espero que en un tiempo sigan creyendo que los imposibles no lo son tanto y que, tal vez, releyendo estas palabras que hoy no te dicen demasiado, siendo una mera anécdota dentro del momento, comprendas y creas que los imposibles llegan sin más... Como si desde siempre hubieran estado allí...
Mil besos
Al
Supongo que la simple satisfacción, el orgullo propio; hacen que estas palabras no tengan demasiado sentido. Al menos, no más sentido que el de una anécdota dentro de este momento. Aún así quería hacerlo. Felicidades. Lograr un imposible es algo que puede parecer difícil y solo por eso lo es. Recuerdo cuando me decías que era imposible. Cuando todos te decíamos que en realidad era simple; aunque ninguno sabía cómo hacerlo. Cuando te decíamos que un día te despertarías y el imposible sería un hecho. Sin más; como los grandes hitos de la vida. Y ahora lo ves.
En un tiempo quizás el imposible que ahora es parte de tu vida, se confunda entre rutina y sonido de fondo y vuelvas a sentir como que eso es la vida y como si todo lo de fuera fuera un imposible. Espero que tarde y que cuando este imposible lo veas como algo que tarde o temprano ocurriría, como algo inexorable, necesario... Que entonces, como mínimo, no dejes de creer que los imposibles una mañana llegan... Sin grandes avisos... Sin más... Como si desde siempre hubieran estado alli... Como los grandes hitos de la vida...
Espero que en un tiempo sigan creyendo que los imposibles no lo son tanto y que, tal vez, releyendo estas palabras que hoy no te dicen demasiado, siendo una mera anécdota dentro del momento, comprendas y creas que los imposibles llegan sin más... Como si desde siempre hubieran estado allí...
Mil besos
Al
lunes, 25 de agosto de 2008
A la chica del viernes
Buenas Chica del viernes:
Siento el epíteto pero soy tremendamente malo para los nombres. En aquellos dos minutos no dio demasiado tiempo para que me conocieses; pero si lo lo hubieras hecho sabrías, casí en primer lugar, que soy muy malo para recordar nombres. Por eso tengo que buscar un apodo. Si me hubieras dicho que sí la carta habría comenzado con "buenas chica de esta noche". Pero no fue así y cuando te dije que si quedabamos el sábado me dijiste que no. Me dijiste que estarías en casa esperando la llamada de otro chico, que no te llamaría.
Tu sinceridad me fascinó; solo por ella te has ganado esta carta. Tu sinceridad conmigo y contigo. No tuve siquiera ganas de preguntarte la causa de tu certeza sobre que no te llamaría. Supuse una historia triste o, lo que es peor, una historia igual a todas las historias que cuentan esperanzas sin llegar. Por ello no te pregunté. Creí mucho mejor dejar la duda que en mi cabeza se tornaría épica: La mujer más sorprendente del mundo esperando que el hombre de su vida la llame aún sabiendo que eso no suciedera y, mientras, fuera de plano, un poeta escribiéndote una carta sin que tu lo sepas y dándote, en las ombras, parte del amor que reclamas, que mereces.
Eso sería un bello cuento. Por eso no te pregunte la causa. Porque así puedo creer esa fábula. Aunque en realidad sé que tú, chica del viernes, no eres la mujer más sorprendente del mundo; ni él -el que no te llamará- el hombre de tu vida si no más bien un chico educado en los gimnasios por lo que no puede entender las luces que hay en cada sombra; ni yo soy un poeta. Por ello no te pregunté el por qué. Para que esta fantasía, en la que finalmente yo soy un poeta, pueda ser.
Por ello esta carta, aunque tú estes mirando el telefono de reojo y me recuerdes, si es que me recuerdas, como otro más...
Por ello esta carta
Te mando el beso que no quisiste darme, por si el que no llegará llegaba.
Alejandro
Siento el epíteto pero soy tremendamente malo para los nombres. En aquellos dos minutos no dio demasiado tiempo para que me conocieses; pero si lo lo hubieras hecho sabrías, casí en primer lugar, que soy muy malo para recordar nombres. Por eso tengo que buscar un apodo. Si me hubieras dicho que sí la carta habría comenzado con "buenas chica de esta noche". Pero no fue así y cuando te dije que si quedabamos el sábado me dijiste que no. Me dijiste que estarías en casa esperando la llamada de otro chico, que no te llamaría.
Tu sinceridad me fascinó; solo por ella te has ganado esta carta. Tu sinceridad conmigo y contigo. No tuve siquiera ganas de preguntarte la causa de tu certeza sobre que no te llamaría. Supuse una historia triste o, lo que es peor, una historia igual a todas las historias que cuentan esperanzas sin llegar. Por ello no te pregunté. Creí mucho mejor dejar la duda que en mi cabeza se tornaría épica: La mujer más sorprendente del mundo esperando que el hombre de su vida la llame aún sabiendo que eso no suciedera y, mientras, fuera de plano, un poeta escribiéndote una carta sin que tu lo sepas y dándote, en las ombras, parte del amor que reclamas, que mereces.
Eso sería un bello cuento. Por eso no te pregunte la causa. Porque así puedo creer esa fábula. Aunque en realidad sé que tú, chica del viernes, no eres la mujer más sorprendente del mundo; ni él -el que no te llamará- el hombre de tu vida si no más bien un chico educado en los gimnasios por lo que no puede entender las luces que hay en cada sombra; ni yo soy un poeta. Por ello no te pregunté el por qué. Para que esta fantasía, en la que finalmente yo soy un poeta, pueda ser.
Por ello esta carta, aunque tú estes mirando el telefono de reojo y me recuerdes, si es que me recuerdas, como otro más...
Por ello esta carta
Te mando el beso que no quisiste darme, por si el que no llegará llegaba.
Alejandro
miércoles, 28 de mayo de 2008
A una persona especial
El texto anterior ha sido inspirado en mis propias situaciones al leer este artículo de Arturo Pérez-Reverte, publicado en El Semanal el 21 de enero de 2007. Sin desperdicio.
Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña –y lo que te queda todavía– no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.
Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.
Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.
El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.
Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.
Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña –y lo que te queda todavía– no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.
Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.
Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.
El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.
Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.
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