sábado, 26 de abril de 2008

Carta escrita con 17 años



A cualquier adolescente:

Con diecisiete años, ya bien pasados en meses, me encuentro escribiendo mis sueños delante de la frialdad de la pantalla de mi ordenador. Intento volver la vista atrás y fijar mi vista en algún punto donde todo fuese claro. Tras pensar en este imposible, me remitiré pensar cuando aún era un niño, y con un par de cromos de fútbol, una pelota, ya roída por el paso, no del tiempo, sino del juego, y la quimera de la poesía filtrándose en mi, por medio de las rimas de Becker, podía ser feliz, y, de hecho, lo era, con cosas tan simples y al tiempo tan importantes para mi. Importaba tan poco reír, que siempre se conseguía. Y entre juego y juego, de los que ya algunos desaparecen de mi mente, un día llegué a la adolescencia. Extraña palabra, que casi temía, y, que, tras estar a punto de concluirla, ya temo por completo.

Sin embargo, recuerdo con cariño, aquellos primeros años, donde una simple pelusilla en la cara nos parecía un prodigio de evolución masculina, y que tras una primera fase, donde reinaba el desconcierto hormonal y las variaciones corporales, se encontró una pequeña, aunque ficticia, estabilidad física. Mientras tanto los imberbes nos sometíamos a la supuesta superioridad de aquellos proyectos de barbas y del desconcierto de sus dueños, que, con despótica ironía se equiparaban a los grandes hombres de las películas de acción, y las series juveniles, que, junto con los grandes ídolos futbolísticos, constituían el circulo cerrado de aficiones y gustos, del que yo, con mi modesto libro de Becker conseguía escabullirme con extraordinaria facilidad, que también lo era para ganar enemigos, o, como mínimo, opuestos a mis teorías. Así que, mientras aquella masa de “barbudos”- que con pasmosa rapidez se duplicaba- marcaban goles de escuadra y realizaban maravillosas fintas o pases medidos milimétricamente por la práctica; yo, un imberbe me deleitaba entre una colección de vates, que crecía por días.

Pero más que todas estas cosas, se encontraban las niñas- algunos dirían que mujeres- aquellas mismas que siempre habían sido nuestras enemigas en los juegos y que considerábamos lloricas y tontas, comenzaban a sentir, los cambios hormonales, que ellas califican de preciosos, y de los que nosotros no teníamos más idea que el instinto de reír, cada vez que surgía el tema sexual. Pero entonces, sin más aviso que ruborizarte de repente, o sorprenderte mirando a una chica, sin pensar en una guerra de agua o en cualquier juego, de esos que voy olvidando. Lo recuerdo como un sentimiento que, lejos del amor o la excitación, se situaba en el ambiguo linde del desconcierto y el temor.

Además ¿Cómo saber si era amor, cuando desconocíamos el significado- aún confuso- de ese sentimiento? Sólo podíamos conseguirlo de una manera: experimentando. Esta es la gran época, donde mis libros de poesía cobraron interés y donde los paseos con aquella chica, que conocíamos desde siempre, pero que ahora, en ese preciso momento, nos encaprichábamos en llamar novia, por el simple hecho de caminar con las manos cogidas. Era precioso pedir el permiso para un beso, acercase con timidez y robar una milésima del roce de sus labios cerrados y los tuyos. Y ser feliz, aunque no con la felicidad de la inocencia, sino feliz por conseguir escapar por un segundo a la infancia y comenzar a traspasar el puente de la niñez al adulto, que llamamos adolescencia.

Por lo tanto, regreso al punto del principio, donde decía que se pierde el concepto de felicidad a cambio de un caos, por el que se conseguirá la definición de la vida. Experimentar sin llegar a saber que se está aprendiendo a vivir y sentir, aunque sólo sea a veces, que algo mágico y extraño, nos va encaminando -a veces empujando sin remedio- hacia un futuro que a cada nuevo día y a cada nuevo bello que encontramos en nuestro cuerpo, va marcando todo lo que llegaremos a ser. Y, aunque puede parecer precioso, no deja de ser aterrador, o, como mínimo, extraño y confuso, es la gran época de la duda, con su posterior descubrimiento, pero tras recorrer el amplio camino, que envuelve esa media docena de años, en los que, siendo proyectos de adultos, soñamos con comernos el mundo, y, lo que es aún más difícil, con tener aquella felicidad de nuestra infancia, al mismo tiempo que nuevos conceptos, como amistad, amor, hormonas, filosofía, dolor,... van colándose furtivamente en nuestra vida.

Así que, si una mañana te levantas triste, con ciertas ganas de llorar contenidas en la boca del estómago, o simplemente llorando, y el único motivo es que es un día gris, y el sol se filtra muy poco, haciendo oscuridad no sólo en nuestro cuarto, sino también algo más allá de nuestro ánimo, no penséis que es porque estáis tristes, pensad que el día traerá consigo un nuevo descubrimiento, y si no lo hace; prometedme que antes de llegar la noche, jugaréis al escondite, al pilla-pilla o a cualquier juego, donde encontréis una vez más, la felicidad de cuando esos juegos eran vuestro mundo. Yo lo hago y a menudo se escapa una sonrisa, tan inexplicable como las ganas de llorar por la mañana.

FRD. Alejandro

lunes, 7 de abril de 2008

A una foto

Buenas xxxxxx:
Sé que hace ya demasiado tiempo -el suficiente como para pensar que ya será por siempre- que renegaste de mí. Pese a todo a veces sigo añorando la comprensión que encontré en ti. Ahora miro una foto y estás en ella. Sonriendo. Sonriendo a un yo que tmabién sonreiría mientras tomaba una foto de tu sonrisa, sin saber que más tarde esa misma imagen se clavaría en medio de tu doloroso recuerdo. Y tú sonriendo. Sonriendo. Me es demasiado ajena esa sonrisa. Sin embargo creo que es a ella a la que estoy escribiendo esta carta. Una carta que no dice nada más que echo de menos esa sonrisa que ahora está congelada delante de mis ojos, esa sonrisa a la que ahora escribo... No pretendo decir nada más. No hay nada más que no haya dicho y tú hayas olvidado o despreciado. Nada que añadir. Sólo espero que esta voz que aún te reclama; que estas líneas salgan solo por mirar tu sonrisa estática y recuerdan lo bueno pese a que lo malo se clave en medio del olvido y haga una herida que no mata sino que resucita el olvido... Sólo decir... que espero en un tiempo pueda mirar tu sonrisa estática y que nada produzca. Mirar una de tus sonrisas; de tus miradas y no escribirle una carta a esa versión de ti...
Mil besos
O no
Se feliz